Algunas sustancias son capaces de oxidar a otras por reacciones electroquímicas y demás. En estas reacciones tiene lugar un intercambio de electrones, donde el agente oxidante tiene la capacidad de sustraerlos, haciendo que la otra sustancia los pierda.
Por tanto, en este proceso intervienen dos sustancias diferentes: el agente oxidante y el agente reductor. Los agentes oxidantes más comunes que encontramos son los siguientes: hidrógeno, oxígeno, nitrato de potasio, ozono, peróxidos, perborato de sodio o compuestos de permanganato, entre otros. Dentro de ellos, el oxígeno es el más conocido. De hecho, el resultado de la reacción orgánica producida entre el oxígeno y algún otro material oxidable es la combustión.
Dicho esto, tenemos que destacar la acción blanqueadora de los agentes oxidantes, asociada a su capacidad para atacar el color de forma fulminante. Además, estas sustancias son capaces de descomponer las paredes protectoras que forman parte de todo tipo de microorganismos, dando lugar a un elevado poder desinfectante.
Ahora bien, pese a que algunas de estas sustancias son utilizadas para elaborar productos de limpieza, son irritantes y tóxicas, de ahí que deban utilizarse con la mayor precaución.
Por ejemplo, la lejía o el hipoclorito de sodio es uno de los oxidantes más fuertes, de precio económico, que se emplea para blanquear la ropa. Además, sus propiedades desinfectantes lo convierten en un producto muy eficaz en la limpieza de cocinas y baño, e incluso para tratar verduras y eliminar cualquier microorganismo que tengan para poder consumirse en su versión cruda.
El agua oxigenada es otro ejemplo más, aunque cuenta con un poder oxidante inferior a la lejía. Eso sí, es menos dañino y puede emplearse como detergente para la ropa, desinfectante para heridas o tinte para el cabello.