Los hongos son organismos multicelulares similares a las plantas. Habitualmente no representan un peligro para las personas que gozan de buena salud, en cambio, puede suponer un riesgo para las personas inmunodeprimidas. Uno de los hongos más reconocidos es el moho, cuyas condiciones cálidas y húmedas favorecen su crecimiento y desarrollo.
Se trata de uno de los microorganismos eucariotas más conocidos, que cuentan con unas particularidades biológicas diferentes con respecto al reino animal y vegetal. Los hongos no tienen clorofila y necesitan vivir como parásitos, principalmente en plantas y, a una menor escala, en animales. De hecho, pueden provocar micosis en el ser humano e incluso convivir con él sin provocar infecciones, aunque en ocasiones sí pueden causarlas.
En realidad, dentro de las miles y miles de especies de hongos que existen, tan sólo unas pocas pueden ocasionar infecciones en el ser humano. Cualquier órgano puede verse afectado por un hongo patógeno, aunque las patologías más frecuentes tienen relación con las micosis superficiales. Normalmente, la dermatomicosis es benigna y puede afectar a las uñas, las mucosas, la piel o la zona externa del cuero cabelludo.
Uno de los factores que más influyen en su aparición en la piel es la humedad en el calzado y en las prendas de vestir. También al contacto con superficies, como la arena de la playa en la que viven este tipo de parásitos. Se presentan con mayor frecuencia en época estival, con la llegada del calor y la humedad, y con el aumento de ciertos hábitos como el uso de instalaciones deportivas, gimnasios y piscinas comunitarias.